miércoles, 21 de octubre de 2015

De la visita de mi mami y de cómo va y viene la vida en un par de maletas



Tengo sueño, tengo sueño y  mi laptop me saca de quicio!!! Creo que vino con un duendecito incorporado al que le encanta confundirme las letras y esconderlas dentro de las palabras para desesperarme y cagarse de la risa mientras yo me arranco los cabellos tratando de encontrar mis letras perdidas L
Antes de anoche no pude dormir y anoche no me dejaron dormir, pero de eso les cuento en otra ocasión ;). Hoy,  a pesar del sueño, tengo la necesidad imperiosa de escribir, de sacarme un guayabito que tengo… ¡! Jodido duende!!
Ayer por la mañana fui a llevar a mi mami al aeropuerto, le tocaba regresar a Venezuela después de tres meses de visita en mi casa. El tiempo pasa volando, tres meses pasan volando, treinta años pasan volando.  A veces recuerdo a mi mami en aquel tiempo en que  yo era una niña: Blanquita, con ese cabello negrísimo y abundante, casi siempre lo lleva por debajo de los hombros, también entonces. Mi mamá es una mujer bella, ella se mantiene bella, siempre lo ha sido, es su aura, es esa mezcla indefinible de las muchas razas que corren por sus venas. En algo nos parecemos, yo no sabría decir en qué. Seguramente en la personalidad un poco y ojalá que en la mirada o en la sonrisa. Mi mamá es menuda, de curvas breves, delgadita, cabello lacio de indígena y piel blanca europea. Yo salí mulata, grandota, crespa y culona, sin embargo, hay algo que tal vez por cotidiano no puedo definir, pero que indudablemente nos identifica como madre e hija, también está el amor que nos sentimos por supuesto. Durante estos tres meses me di cuenta de lo buena amiga en que se ha convertido: Podemos hablar abiertamente de todo, a ella se le pueden contar hasta las cosas más graves porque tiene memoria selectiva y se olvida del 70% de los cuentos que uno le echa.
Tengo que confesar que al principio tenía un poco de miedo de que tres meses fuese demasiado largo y de que terminara deseando que regresara antes de tiempo; pero de alguna manera ese temor fue bueno, porque me ayudó a ser más cuidadosa con mis acciones y mis palabras, de modo que su estadía en casa fuese lo más agradable posible. Al igual que a mí, a mi mamá le gusta estar sola, así que yo me podía ir tranquila a trabajar sin el temor de que se sintiese abandonada. Mis amigas la adoptaron y la sacaban a pasear, le  traían encargos para reparar y hasta se mandaron a hacer ropa con ella. Mi mamá es modista de profesión y como le gusta lo que hace, lo hace muy bien.
Aunque me encanta estar sola, tengo que admitir que es muy rico saber que alguien te espera en casa, es chévere andar por ahí y decir “ay!! Le voy a llevar esto a fulano, seguro que le va a gustar”  Es alegrarse de llegar porque sabes que alguien se alegra de que llegues. La presencia de esa persona se hace habitual y cuando se acerca el momento de su partida siente uno esa tristeza, esa nostalgia anticipada. Ella quería regresar, extrañaba a mi abuelita y a mi hermana, le hacían falta su casa, su clima, sus cosas. Aquí ya comenzó el frio, ya no se puede salir con una blusita nada más, hay que abrigarse. Si yo tengo casi trece años viviendo aquí y no me acostumbro al invierno, se podrán imaginar como la pasan nuestros viejos  que tienen toda una vida disfrutando de los climas privilegiados de Latinoamérica. Ella se aprendió a desenvolver bastante bien a pesar de la barrera del idioma, salía a pasear solita y hasta se iba de compras, a todo el mundo le hablaba en español y me contaba siempre de como los suizos se esforzaban en explicarle las direcciones y en prestarle toda la ayuda posible en lo que ella necesitara. Mientras que muchos latinos nos quejamos de la falta de amabilidad de los nativos de este, nuestro país adoptivo, mi mamá estaba fascinada con la amabilidad de los suizos y quería abrazarlos y besarlos a todos, pero luego se acordaba de que algunos olían feo y se le pasaba.
Como una hormiguita, pasó tres meses guardando cositas para llevar a Venezuela, se fue con tres maletas grandes una de las cuales estaba dirigida a los familiares de una de mis mejores amigas. Varios amigos me contactaron para ver qué posibilidades había de enviarles algo a sus familiares con mi mamá, pero ella ya llevaba mucho peso con sus propias cosas. Así que con mucha pena tuvimos que decir que no. La mayoría solo querían enviar un par de pendejadas, cosas que en circunstancias normales no les hubiese pasado por la cabeza ni comprar siquiera. Una amiga logró enviar en un huequito de una de las maletas dos carteritas y un paquetico con un Vick Vaporub y otras cositas, al ver el encargo, me pareció hasta innecesario, pero luego me puse en lugar de mi amiga y en el lugar de quien lo iba a recibir y me di cuenta que las "tres mariqueritas" que estaba enviando, no solo son difíciles de conseguir en nuestro país y muchas veces hasta imposible, sino que también representaban  ese amor en goticas para su gente, en este caso para su mamá, seguramente la señora se va a poner bien contenta cuando lo reciba. Es que en esos encargos, en esas maletas, se van también las ilusiones, la idea de que de alguna manera le estamos haciendo la vida más agradable y llevadera quienes se han quedado librando la batalla cotidiana de sobrevivir en Venezuela. Cuando nuestra gente abre esas maletas, toma en sus manos nuestros insomnios, cuando ellos se comunican con nosotros contentos por lo que han recibido, nos regalan el doble de contentura. Mi mamá llegó aquí con las maletas llenas de pirulines, susys, cocosettes, telas, cositas para las niñas y amor. Y con esas mismas maletas, regresó a nuestro país a repartir esos detalles de cariño que nosotros aquí hemos recolectado para nuestra gente.
En realidad esta entrada le tendría que corresponder al tercer gran tabú de la sociedad suiza; pero ese se los debo.
Ahora me voy a la cama, ya es muy tarde y el duende de mi laptop me lleva la vida triste.
Después les sigo contando <3 <3 <3